Innombrables
arranca en la historia personal de Mariví Ramos. Un abuelo
fusilado al inicio de la Guerra Civil y enterrado en una
fosa común. Un padre triste por los recuerdos. Una familia
estigmatizada en un pueblo pequeño. Un silencio que empieza
a pesar y que se quiebra. Se rompe cuando Mariví decide que
es hora de recuperar los huesos del abuelo muerto. Se pone
en contacto con la Asociación para la Recuperación de la
Memoria Histórica y en el verano de 2007 comienzan las
excavaciones en La Andaya. Donde pensaban que había diez
cuerpos se encontraron 86. Uno por uno los sacaron en
perfecto estado de conservación. Dos veranos de trabajo.
«Se remueven muchos
sentimientos, muchas emociones. Es un material muy duro que
al mismo tiempo que sale se queda depositado en tu interior,
en mi memoria», cuenta Mariví Ramos. Sintió la necesidad de
compartirlo. «Y como la mejor forma que tengo de expresarme
es el teatro se lo comenté a mis compañeros de La Tarasca».
Sus integrantes
asumieron el proyecto. Roberto Méndez, el director, instó a
Mariví a escribir su historia. «Ella tenía muchos poemarios,
muchos textos sobre el tema, pero creí que tenía que plasmar
sus propias ideas, tenía que buscarlas dentro de sí, no
fuera», dice.
Mariví reconoce que
sacar todo lo que tenía dentro fue una liberación para ella.
«Tenía la necesidad de contar esta experiencia. Crees que va
a ser fácil, pero no lo es. Son muchos años de contención,
de emociones dormidas, que no muertas», ilustra la autora,
«abrumada por este circo montado por mi causa».
Cuando este trabajo
quedó culminado, Roberto Méndez le mostró a Mariví el texto
de El innombrable, de Samuel Beckett. «Es una reflexión
filosófica sobre el sentido de la existencia que se acomoda
a este contexto de muertos, fosas, bombardeos», expone.
Con los textos
definidos y las ideas claras, había llegado la hora de
llevarlo a escena.
Méndez
ya tenía experiencia en la dirección de historias
ambientadas en la Guerra Civil española (Guernica,
con La Mentira, y una versión de Memoria de la
melancolía, de María Teresa León) y la solución pasó
por dividir el espectáculo en lo que ellos han llamado
teatro de los vivos y teatro de los muertos.
El
primero ocupa una cuarta parte. Es la intervención de Mariví
Ramos, que hace de ella misma, su mayor reto, y de Gonzalo
Martínez, un agricultor de Vadocondes que ha sufrido el
dolor de la pérdida inútil en su familia y que lleva muchos
años volcado por esta causa.
El
segundo se refiere a los esqueletos de la fosa común, que
surgen de ella, embarrados, y toman la voz. Míren San
Martín, Luis Miguel González, Juan Carlos Antón, Juan Manuel
Moure, Juan Luis Sáez, Ana Isabel Roncero, Lorena Sanz y
Paco Pinillos permanecen toda la hora de montaje en un
charco de barro. «Nos escupen su historia, lo que sienten,
cada uno a su manera, de manera sarcástica, dramática,
cómica...», comenta Méndez, quien ha encontrado a su mejor
aliado en la llamada Danza Butoh, creada en los sesenta por
los japoneses Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno, en la que los
cuerpos se mueven como si alguien se hubiera introducido en
ellos. «Como si fueran alien, se mueven a pesar de su
voluntad».
Innombrables
es especial para Mariví Ramos. Con este montaje se quita el
sombrero ante todas las personas que han sufrido la pérdida
de un familiar y no han sentido paz hasta recuperar sus
restos, que han vivido impotentes ante el silencio
instaurado frente a la barbarie. Espera igualmente que sirva
para que los jóvenes conozcan este cruel capítulo de la
historia escrito hace setenta años.